I
Quién dijo que todo está perdido.
Aún podemos deshojar
la minúscula selva del afecto,
arrancarle sus pétalos
y dejarlos morir,
para que el tiempo los redima
con su pátina.
II
Será preciso esperar a la caída de la tarde:
a esas horas las flores se despojan
de su fuerza, y la savia es apenas
una débil señal entre sus tallos.
Así podremos arrancarlas de raíz
y sacudirle los últimos vestigios de la tierra
sin que opongan resistencia.
III
Luego basta extenderlas con destreza
sobre la fina superficie de un cristal
y con la misma maestría
aplicar el barniz que acentúe su prestancia
y escoger la madera que enmarque para siempre
la reunión perturbada de emociones marchitas.
IV
Es el arte de tratar un desenlace
con el mayor refinamiento.
Alicia Llarena